martes, 22 de abril de 2008

GANADORES DEL CONCURSO "Un Cuadro...una historia"



MODALIDAD A:


Francisco Amo Setién. 2º Salud Ambiental




"Muchacha en la ventana" – Salvador Dalí

En el devenir de sus veinticuatro años, había conocido un abanico muy variopinto de gente, pero no se le habían dado bien las relaciones sociales. Se sentía cohibida ante el resto del mundo. Nunca profundizaba en la vida de nadie, únicamente en la suya, creándose fantasías cada vez más peligrosas.
Había nacido en el seno de una familia pudiente. Por eso, actualmente goza de un piso con vistas a la bahía y de los caprichos que se le antojan. Su madre, católica practicante. Su padre, muerto.
Como cualquier otra criatura, ansía encontrar su alma gemela. Solía ser soñadora, sobre todo en el amor, pero la vida le ha enseñado a ser pesimista.
Acostumbra a escudriñar a cada uno de los chicos que cruzan frente a su ventana, que da al paseo del muelle, haciendo conjeturas e imaginando cómo sería su vida junto a ellos. Como es natural, después de imaginar se deprime, pero durante unos segundos, en los que la mente se evade de la realidad, su rostro esboza una leve sonrisa, producto de su espejismo.
Aunque hoy es sábado, y libra en el trabajo, Laura se queda nuevamente en su casa el fin de semana. Sigue adicta a su ventana indiscreta, a su droga. Ésta siempre se encuentra despejada, sin cortinas ni persianas, llueva o haga sol, de día y de noche, continuamente preparada para una sesión de espías secretos. Ahora se dispone de nuevo a jugar a su pequeña travesura, pero esta vez no va a ser como el resto.
Nada más asomarse, su mirada se cruza con un chico. Lleva una bufanda que le cubre hasta la nariz, y un gorro de invierno. Es extraño el atuendo, puesto que el frío no arremete desde hace unos días contra la ciudad, y ha dejado paso a una brisa más propia del estío. En cambio, ella no repara precisamente en su vestir, sino en que parece prestarle atención desde el banco en que permanece sentado. Laura quiere seguir mirando fijamente, pero no desea ser descubierta interesándose demasiado por él y procura ser prudente mirando sólo de forma distraída, como si no le atendiese. Poco rato después, el muchacho se marcha, no sin antes echar un vistazo a su muñeca izquierda.
Ella no puede evitar hacerse un millón de preguntas: si le conoce, si estará él enamorado secretamente de ella, si la mira a ella o se trata sólo de quimeras que le crea su mente...
Al día siguiente, se encuentra con el mismo espectáculo en su ventana, a la misma hora. El desconocido de aspecto furtivo se halla en el mismo banco, con idéntica vestimenta. Puede corroborar sus dudas: definitivamente, él la mira a ella. Puntual, nada más mirar el reloj, abandona el banco, como sintiendo la satisfacción del deber cumplido.
Los días posteriores, el individuo no falla a su cita con la muchacha y su ventana. Sin escrúpulos de ningún tipo, su contemplación es implacable.
Aunque ella ya tiene planes para ambos, mal que le pese, tiene que aplazarlos debido a la incomprensión de su madre. La anciana ni entiende ni permite ser sustituida por la alucinación de su hija el día del primer aniversario de la muerte de su padre.
El aniversario se celebra en la ciudad natal de Laura. A ésta poco le importa la ceremonia, pero entiende que su madre se encuentra nostálgica, por lo que concluye con quedarse una semana a su lado. El pensamiento de haber renunciado a su misterioso incondicional por una semana no abandona su mente, pero ese tiempo de lejanía es precisamente el que su madre necesita para no olvidar que sigue teniendo una hija a su lado.
Laura hace las maletas, deja todo preparado en casa para su ausencia y parte, con indecisión, como sabiendo que el síndrome de abstinencia le iba a embestir de un momento a otro, y lo que es peor, con la gran incertidumbre de si el chico continuará en el mismo banco a la misma hora.
Los días de la semana se suceden pesadamente, al igual que en cualquier situación de espera. Si se la escucha detenidamente, se puede percibir un ligero rumor que escapa de su boca, y se vuelve a repetir: “…su fruto es dulce”. Pasa las noches en vela, con los ojos abiertos como dos faros, ya que tiene la absurda creencia de que cuanto más se preocupe, mayor será la probabilidad de cristalizar sus ilusiones.
Por fin, llega el día de la partida. En la despedida, su madre le abraza incansable, y le hace prometer no seguir cegada por sus fantasías. Carga las maletas apresuradamente y abandona la ciudad.
Tal es la demencia, que tenía planeado, cual detective privado, llegar a la hora en la que invariablemente se encuentra él en el banco. Cuando llega a la zona del muelle, y avista su edificio, comienza a notar su corazón latir enérgicamente. Viste tacones, y su manía de acompasar sus pasos con sus latidos no puede verse cumplida, ya que no consigue alcanzar tal velocidad con ese calzado.
Meticulosa, se detiene, levanta la manga de la blusa, y aunque sabe perfectamente la hora, mira el reloj. Veloz, busca el banco entre el gentío. Vacío. Su esperanza flaquea ante la escena. Pero ella supone que es lógico, ya que no ha acudido a su cita diaria durante una semana y las persianas de su piso han permanecido bajadas durante su ausencia.
Ya que tiene tiempo, decide sentarse en el banco desde el que es observada. Rebusca en su mente a ver si encuentra una solución. Acaba concluyendo con que la solución está fuera de su alcance, pero inevitablemente continúa indagando. Esto no hace más que alimentar su obsesión.
Se pregunta si habría entendido él la persiana bajada como una señal de rechazo, por lo que, en una última descarga de adrenalina, zanja la cuestión yendo a subir las persianas. Sube en ascensor, ya que las maletas y los pies le pesaban como si fueran de plomo. Sale de éste, y recorre el prolongado pasillo como el condenado a muerte recorre la milla verde. Sus tacones de aguja producen eco en las paredes, resonando nítidamente.
Se paraliza al ver la puerta. La cerradura está forzada, a tal extremo, que la desfiguración le produce escalofríos. No tiene que sacar la llave, un simple empujón basta. El piso se encuentra desnudo. No queda nada. Es un desierto por amueblar. Entonces, al fondo del piso, mira lo único que subsiste, la ventana, y de inmediato comprende todo.





MODALIDAD B:


Carlos Arenas de los Ríos. 3º ESO-A




"El fumador"- Cezanne



Era difícil asumir, casi al final de la existencia, que su vida había transcurrido de la nada a la medianía. La ambición y los sueños de lograr superar a sus antepasados habían tropezado con la gran verdad: ni la inteligencia ni la fortuna estaban incluídas en su equipaje.
Sentado en la taberna, escondido tras el humo de su pipa, quemaba recuerdos, confusos, lejanos, dolorosos tiernos, hermosos…. Recuerdos, algunos sin rostro ni paisaje, intencionadamente escondidos en un rincón de la memoria. Hoy era un buen día para evocar su historia, para comprender que su viaje para hacer las Américas fue desde el principio un viaje de vuelta, para asumir que había sido un “indiano de la maleta al agua” como burlonamente se conocían en su comarca aquellos que no habían regresado ricos y triunfadores al terruño de origen. Recuerdos……..
Se acercaba al puerto de Santander desde donde partiría hacia Méjico, como buscador de fortuna para él y los suyos. Era una misión escrita por el destino para todos aquellos que carecían de hacienda propia. Incapaz de recordar los nombres de aquellos vecinos de su concejo que partiendo, como él, pobres, regresaban al cabo de los años con fortuna y reconocimiento, solo sentía miedo y tristeza. En sus dieciocho años de vida el viaje mas largo que había hecho era de veinte kilómetros al mercado de ganado de una vecina villa.
Marchó de su pueblo siendo Alonsín, con el sueño de regresar como don Alonso.
Aquella calurosa tarde de primavera, la visión del vapor correo “Alfonso XIII” que le llevaría hasta Veracruz, el ir y venir de la gente en el puerto, todo ello quedaría para siempre en su memoria.
Cansado de las interminables horas de tren hasta Santander, sujeto a su maleta, portadora de sus escasas pertenencias y único eslabón con su pasado, subió al barco. No ocuparía pasaje ni siquiera de tercera, iría en la parte reservada para emigrantes o bodega de carga dependiendo del trayecto de ida o vuelta del vapor.
No pudo recordar durante años lo que vio o sintió cuando zarpó del puerto, quizás no quiso, tal vez no quiera, aún hoy, que la nostalgia llena su pipa de fumador solitario.
Fue una larga, muy larga travesía, demasiado tiempo para pensar, también para soñar. Y fueron los sueños convertidos en pesadillas los que noche tras noche le retornaban a su aldea, a su hogar de pobres ganaderos, eran las caras de los suyos las que desaparecían y buscaba enloquecido en un paisaje de niebla e intenso frío.
Cuando la sirena del barco sonó indicando la entrada al puerto de Veracruz, apenas era capaz de pensar, de coordinar lo que mil veces había planeado, comprobó por enésima vez que el trozo de papel donde figuraba la dirección de su tío paterno seguía en su cartera, era su pasaporte, la llave de entrada al nuevo mundo. Él le proporcionaría trabajo y un nuevo hogar.
La excitación entre el pasaje llenaba de ruido, voces, lágrimas y risas el momento de la despedida, todos tenían prisa, se deseaban lo mejor para el nuevo destino y saltaban al muelle tambaleantes, no se sabia bien si de la emoción o del paso aprendido para superar las largas jornadas de fiero oleaje.
La luz, el sol, el intenso colorido del paisaje y sobre todo el calor, un calor desconocido ardiente y a la vez húmedo, paralizaron su entusiasmo aunque lo que verdaderamente supuso para él, el primer golpe, fue enterarse de que su valedor en México había muerto hacía meses y que su viuda y heredera había vendido la empresa origen de la fortuna familiar y emprendió viaje de regreso a su ciudad.
Quiso el destino que el primer trabajo lo consiguiera precisamente en esa empresa, dedicada a la exportación e importación de grano, donde continuaba como capataz un paisano de su tierra que, conociendo su historia, le ofreció alojamiento y trabajo. El primer techo en el nuevo mundo resultó ser un cobertizo anexo al almacén de grano, compartido con otros cinco trabajadores y cuyo mobiliario se reducía a varios camastros, una mesa, cinco sillas y varias cuerdas que tejían una tela de araña de pared a pared. En un principio, no entendió el porqué de su estar, pero resultaron ser a la vez armario, perchero y pared improvisada cuando de ellas colgaban viejas mantas o sacos desgatados. El motivo era tener un poco de falsa intimidad en aquella estancia que fue durante años el único lugar donde descansar, después de un trabajo duro como mozo de almacén cargando cereales en jornadas de innumerables horas, de lunes a domingo.
Era Veracruz una ciudad que curaba aún las heridas de la invasión norteamericana de 1914, y a la que aprendería a querer a través de largos paseos y charlas con sus habitantes los domingos por la tarde que era el único tiempo de libranza de que disponía. Fue allí donde descubrió; la pasión, el amor y hasta la lujuria, aunque su relación fuera con mujeres de un solo día, no todas las que él, como hombre joven, hubiera querido, pero el escaso dinero que ahorraba tenía dos destinos: convertir los pesos en dolores y ser enviados como remesa a los suyos además de ser la base para crear un negocio propio en el futuro, negocio que empezó a hacerse realidad cuando gracias a los pocos conocimientos sobre letras y números aprendidos en sus escasos años escolares consiguió ser elegido como representante de la empresa y viajar por todo el territorio mejicano. Fueron años duros, difíciles, de viajes interminables de negocios buenos, menos buenos, malos y muy malos. Era aquel un país en guerra constante consigo mismo, de sublevación a revolución, de comercio politizado donde triunfar era tan fácil como difícil, solo dependía de la capacidad de adaptación al momento, de la improvisación en muchos casos. Después de muchos años viajando de un lado a otro, sin lugar propio donde establecerse, tomó la decisión de asociarse con un gallego y comprar un rancho para dedicarse a la venta de leche y ganado. En esta aventura invirtió casi la totalidad de sus ahorros. El se ocuparía del trabajo en el campo siendo su socio, un hombre de más estudios y don de gentes, el que llevaría la administración y gestión del negocio, cosa que así hizo pero en beneficio propio. Después de cuatro años el negocio estaba en números rojos, si se generaron beneficios él no supo de ellos. Solo quedaba vender la hacienda y pagar deudas según le dijo el gallego, argumentando la imposibilidad de seguir adelante pues carecían de crédito para el negocio. No supo hasta después de liquidada la sociedad y días antes de su vuelta a España lo engañado que había estado y la clase de socio que había tenido pero ya era demasiado tarde.
Con el escaso capital que logró salvar, cerca ya de los cincuenta años, cansado y sin ganas de empezar de nuevo, tomó la decisión de volver a su tierra. No era éste el regreso soñado, no sería un indiano triunfador con dinero de sobra para ser benefactor de su pueblo, ni construiría una gran casa rodeada de palmeras pero volvería…. y fue en la vuelta a su tierra donde la fortuna tímidamente se le apareció al casarse con una moza entrada ya en los cuarenta y a la que su madre buscó durante años marido sin lograrlo a pesar de ser ésta la única heredera de una no despreciable labranza.
Si tuviera que calificar su matrimonio, encontraría más palabras para expresar lo que no era que para decir lo que fue en realidad. Un arreglo, un negocio, la unión de soledades, de dos perdedores o quizás de dos supervivientes.
Han pasado los años y un día como hoy sentando en la taberna de su pueblo, esperando a sus compañeros de partida, fumando su desgastada pipa recuerda lo que alguien le dijo hace muchos años “Quien no conoce su pasado está condenado a repetirlo”. Que cierto le pareció en este momento cuando comprendió que su historia de emigrante era la historia repetida generación tras generación por las gentes de su tierra.
Ya no sale humo de su pipa, se apaga, ¿será éste el momento de llenarla de nuevo?.......