martes, 19 de mayo de 2015

FALLO del Concurso: "Los animales y la literatura"

Alumnas premidas en el  concurso "Los animales y la literatutra". Estos son los relatos ganadores:
Primer premio
SOFÍA SANZ DEL PINO 2º ESO-A
"El sanador de caballos" 

Hoy me habia levantado temprano. Me vestí lo más rápido que pude y salí sigilosamente de mi habitación. Tenía muy clato que si alguien me veía todo se habría acabado. Cogí una bolsa y en ella metí todo lo necesario, un lazo, unas cuantas manzanas y unos terrones de azúcar.
Cuando salí a la calle me relajé al sentir el fresco y puro aire del valle llenando mis pulmones. Era un día nublado en Yorkshire, una zona campestre situada unas horas de Londres. El sol se asomaba tímidamente entre las nubes y la brisa movía briznas de hierba. Era mi último día en la casa rural, si no lo lograba hoy todos mis esfuerzos habrían sido en vano.
Al lado de la cada se encontraban una pequeña pista exterior y unas cuadras para los caballos. Teníamos dos caballos y unas yegua, de capas palominas y alazanes.
Miré atrás y un segundo después salí corriendo a la parte sur del valle. La arboleda estaba cada vez más cerca y la casa se iba quedando atrás hasta que solo se veía en mitad de unn fondo verde.
Había llegado. Los árboles creaban una ambientación mágica junto a las distintas especies de plantas. Tenía que hacerlo. Tenía que meterme ahí dentro. Sin mirar atrás, me adentré entre la maleza.
Las ramas me arañaban la piel y las zarzas se enganchaban a mi ropa. "No tengas miedo y sigue hacia adelante", era lo que oía en mi cabeza. Los árboles trazaban nudos imposibles y eran tan frondosos que apenas se veía el cielo entre las hojas. Sabía que llegaría un punto en el que no podría seguir caminando o me quedaría atrapada entre los árboles. Había dejado el móvil en casa para no caer en la tentación de contestar si mis padres me llamaban. También colgué una nota en la nevera de la cocina diciendo que me iba a dar un paseo, pero llegaría el momento en el que mis padres se preocuparía.
Antes de que pudiera advertirlo había llegado a la pradera. Era una gran superficie de hierba enorme con un riachuelo que cruzaba sinuosamente entre algunas rocas. Las nubes habían empezado a disuadirse y la brisa era un poco más fría. Salí de mi entumecimiento y empecé a caminar, casi a correr hasta que la vi.
Detrás de un árbol (uno de los pocos que había en el claro) encontré lo que estaba buscando. Una yegua negra pastaba tranquilamente, tenía dos calcetines blancos y una mancha en la frente. Hace un año la había visto en ese mismo prado. Había entrado por la ruta norte, mucho más larga pero con un sendero marcado y seguro. La habia llamado Lluvia, porque sus ojos eran expresivos como una tormenta eléctrica.
-Lluvia-la llamé en el tono más amable que puede.
Esta giró la cabeza y me miró. Tras un momento de vacilación se acercó a mí. No me lo podía creer. ¡Se acordaba de mí! Había pasado todo un año, trescientos sesenta y cinco días en los que poco a poco se olvidan las cosas. Pero ahí estaba, mi preciosa yegua acercándose hacia mí. No pensé que fuera a funcionar y tardé unos segundos en recordar el plan y cómo ejecutarlo.
-Cuánt has crecido eh, no me esperaba verte este año, bichito-dije mientras le daba unas palmaditas en el cuello y ella agitaba la cabeza y relinchaba. Le di una manzana, que ella se zampó impacientemente. Saqué un ramal y una cabezada de la bolsa. Era ahora o nunca, había que intentarlo. La enseñé la cabezada y dejé que lo oliera.
-Supongo que nunca te han puesto una cabezada, pero siempre hay una primera vez para todo- dije tanto para calmarla a ella como a mí.
Podia pasar cualquier cosa. Elevé la cabezada hasta el punto de que Lluvia pudiera verla bien pero sin asustarse. Justo cuando iba a acercársela un poco más mordió la cabezada y se la llevó junto al ramal a la orilla del río. Había pensado que pasaría cualquier cosa menos eso.
-Veo que no te gusta la cabezada, pues tendremos que seguir sin ella-. La volví a llamar y cuando se acercó le dí un terrón de azúcar. La acaricie la grupa y con un pequeño impulso me subí.
Lo había hecho. Oh, dios mio, lo habia hecho. Dio un pequeño bote y echó las orejas hacia atrás. "Prepárate para caer" me dije a mí misma. Me miró muy asustada. Entonces como si supiera exactamente qué tenia que hacer empezó a galopar. Otra vez volvía a sorprenderme, no habia pensado que se pondría a galopar. Estaba maravillada, tenía un galope excepcional, sus capacidades eran extraordinarias. Lo que hizo a continuación provocó que se me saliera el corazón del pecho. Iba directa al río. Nos íbamos a matar lo tenía claro. La barbaridad de cosas que podía haber en ese río. A ese ritmo se podría romper una para fácilmente si chocaba contra una piedra o aún peor, nos podíamos estrellar las dos y tener problemas serios. No había pensado en las consecuencias gravas que podría tener su loca aventura. ¿Que dirían sus padres si acababan en el hospital? La yegua aceleró el paso lo cual parecía imposible.
¡Lluvia, para por favor!- podía contar los trancos que le quedaban antes de hundirse. Tres trancos más y sería comida para peces.
Lluvia saltó y yo no me veía preparada. Todo pasó muy rápido. Hundió los anteriores en la blanda tierra y yo me vi despedida hacia delante. Ella se puso de manos, pero en vez de salir corriendo se acercó y me empezó a revolcar con la cabeza. Me empecé a reir. No había palabras para describir lo que había sentido. Me volví a subir, esta vez con más seguridad y me dirigí a casa, esta vez por la ruta del norte con una sonrisa imborrable en el rostro.
Nunca había visto a mis padres tan estupefactos. Mi madre tenía la boca abierta y a mi padre se le salían los ojos de las órbitas. Mi hermano parecía satisfecho con lo que había hecho, no sabía por qué, pero su mirada y su sonrisa lo dejaban bien claro.
Después de un lalrgio silencio, mi madre empezó a hablar.
-Cariño, ¿estás bien?- dijo mi madre mirando a mi rodilla izquierda. Con todo lo que había pasado no me había percatado de que tenía los pantalones rotos y una herida abierta que manaba sangre roja.
-Sí, estoy perfectamente-dije en un tono tranquilizador.
-¿Pero qué has hecho? ¿Y de dónde ha salido esa yegua? ¿A dónde has ido?- dijo mi padre sin entender qué estaba pasando. Expliqué la historia ¿cómo había conocido a la yegua, cuáles eran mis intenciones, el camino que habia recorrido, todo lo que había pasado (intentando no detallar mucho en la parte de la caída y explicando lo bien que se había comportado). Mi hermano, que no había hablado hasta el momento y había estado con una media sonrisa mientras contaba lo sucedido habló:
-Creo que se merece quedarse a la yegua- Todos le miramos sorprendidos, tanto que nunca me defendía (siempre suele ponerse en mi contra) y por la idea tan descabellada- Vamos no me miréis así creo que se lo merece, por todo el empeño que ha puesto.
Lo que pasó después fue una mezcla de discusión sobre lo que había hecho y qué hacer con la yegua. Estuvimos horas hasta que conseguimos convencer a mi madre, la única que no acababa de pensar que la cosa fuera a salir bien.
Era el día más feliz de mi vida. Iba a poder estar con Lluvia todos los días. La iba a montar y a entrenar. Tenía mucho potencia. Y al final aprendí, que merece la pena luchar por lo que deseas y realmente amas y arriesgar lo necesario por ello.


CELIA DÍEZ GARCÍA 4º ESO-A

"EL sabueso de los Barkerville"
Pequeños copos blanquecinos caían lentamente desde el cielo, mecidos por el irregular compás de los vientos invernales. El campo, las colinas, los árboles... todos ellos se habían teñido de blanco ya hacía muchas horas, cubiertos por un espeso manto de escarcha y hielo que, para los románticos, podría llegar a asemejarse al algodón. Estaba nevando, siempre lo hacía.
Desde su carcomido pupitre en una de las escasas clases del orfanato Baskerville, el pequeño Timmy Thompson contemplaba desganadamente cómo la nieve descendía y se arremolinaba al otro lado de las ventanas. Los cristales se habían helado a causa del frío y la mayoría de su superficie permanecía empañada, pero no le hacía falta ver demasiado para saber que una ventisca azotaba la región. Bastaba con estar allí, sí, simple y llanamente hacer acto de presencia en cualquiera de las habitaciones del edificio. Quien lo hiciese, podría sentir sobre su piel, al instante, el latigazo que los cinco grados por debajo del punto de congelación a los que se encontraban producían. También podría agudizarse el oído, en cuyo caso, sería fácil escuchar crujir el entarimado, duramente castigado por el viento, quejándose sonoramente cada vez que alguna de las ráfagas de aire se colaba por entre las paredes.
El niño, maldijo internamente el frío y recostó la cabeza sobre una de sus manos, apoyando el codo correspondiente sobre la mesa. Seguramente el maestro estuviese explicando alguna de sus lecciones, pero no le importaba demasiado, estaba tan habituado a esos largos y aburridos discursos que a sus oídos ya no era más que un murmullo de fondo. Cerró los ojos y se dejó llevar por sus pensamientos, alejándose poco a poco de la realidad, ¿cuándo fue la última vez que había disfrutado de la nieve como cualquier otro muchacho de su edad?, por desgracia, lo recordaba a la perfección.
Sin poder evitarlo, en su mente acabó por aparecer la misma imagen que lo atormentaba día tras día, el rostro de una mujer de mediana edad, quie, pese a sus ojos cansados, sonreía de forma tan jovial que aparentaba tener diez años menos. Casi pudo ver con total nitidez cómo la mujer le tendía la mano, mientras le llamaba con una voz tan suave que al instante se sintió protegido, "Timmy, ven, vamos, ¡hagamos un muñeco!" Aquella mujer no era otra que su madre, la persona que lo había dado todo por él desde que nació.
Poco a poco los rcuerdos se fueron arremolinando en su pequeña cabecita, como si se peleasen por ser los primeros en vapulear su corazón, pero si hubo uno que sin duda lo consiguió, fue ese recuerdo, o más bien, "el recuerdo"; así era como lo había apodado para sí mismo, por miedo a que cualquier otro título hiciese de él una memoria todavía más desgarradora.
La nueve cubría las laderas de las montañas que rodeaban su pequeña casita en Hamtolk, diecisiete millas al su de Ginebra. Un Timmy de apenas 4 años esperaba pacientemente a que su madre acabase de hacer los preparativos para la excursión que llevaba meses prometiéndole, iban a ir a patinar al lago Azul. Finalmentte, su madre, apareció tras la puerta, cargando con un acesta bastante grande que enseguida llamó la atención del pequeño.
¿Qué es eso, madre? Preguntó con curiosidad.
La mujer le dedicó una pequeña sonrisa, y se limitó a guiñarle un ojo, divertida- Ya lo verás, es una sorpresa- fue lo único que le dijo, y le tendió la mano, a lo que el niño, se la tomó sin dudarlo.
Tras un par de horas caminando montaña arriba al fin llegaron a su destino. Un pequeño estanque, completamente helado, brillaba bajo la tenue luz del sol de enero, rodeado de abetos y otras plantas que hacían del paisajo algo todavía más majestuoso.
A Timmy se le encogió el corazón en cuanto lo vio -Buah...-Musitó con la boca entreabierta y apretó con algo más de fuerza la mano de su madre, peinando con sus ojitos la superficie acuática.- Es genial...parece sacado de un cuento...-Susurró, paralizado por la impresión. Pero pronto la impaciencia empezó a hacer mella en él, y, preso de la emoción, se soltó de su madre, y salió corriendo hacia la orilla del lago.-¡Vamos, mamá!, ¡date prisa!-
A Timmy se le encogió el corazon en cuanto lo vio-Buah...- Musitó con la boca entreabierta y apretó con algo más de fuerza la mano de su madre, peinando con sus ojitos, la superficie acuática.- Es genial...parece sacado de un cuento...- Susurró, paralizado por la impresión. Pero pronto la impaciencia empezó a hacer mella en él, y, preso de la emoción, se soltó de su madre, y salió corriendo hacia la orilla del lago. -¡Vamos, mamá!, ¡date prisa!-
La mencionada soltó una pequeñe risilla y se apresuró a hacer caso a su hijo, acercándose junto a él, -¿te gusta?. aquí podremos patirnar todo lo que quieras y más-aunque, pronto, su sonrisa se borró, y su tono de voz pasó a sonar algo más arrepentido -Séque te lo prometí hace mucho, pero desde que murió papá he estado muy ocupada en el quesería.- Admitió algo azorada.
Pero su hijo, lejos de estar enfadado con ella, pegó un salto y se abrazó a su pierna para reconfortarla. -No te preocupes, ya lo sé, ¡además ya estamos aquí!-
El rostro de la mujer volvió a iluminarse por sus palabras, y le acarició el pelo con cuidado, agradecida.- Tienes razón, no merece la pena angustiarse por el pasado- y dicho esto, le mostró la cesta y se alejó de él para posarla en el tocón de un árbol, cercenado por acción de algún rayo. En cuanto Timmy se acercó, la abrió y empezó a extraer su contenido; un par de tarros de compota, y una enorme tarta de manzana, que solo por el delicioso olor que desprendía, ya era digna de admiración.
-¡Vaya! ¡Que buena pinta tiene!-Exclamó el chiquillo mientras se relamía la comisura de los labios y olfateaba el aire con ese gesto tan suyo. No hizo falta que dijese que tenía hambre, un rugido de su estómago hizo el trabajo por él y provocó una fuerte carcajada en la mayor. Éso parece.-
Madre e hijo se sentaron a comer tranquilamente sobre la mesa, y apenas veinte minutos después, los únicos restos que quedaban del banquete eran un par de migas esparcidas por la nieve del suelo y los botes, vacíos, de la compota. -Parece que te ha  gustado bastante- Repuso la mujer, satisfecha al ver como el niño asentía repetidas veces con la cabeza, no pudiendo responde con palabras por tener la boca llena todavía. Esperó a que se le desisnflasen los carrillos, y, cuando lo hizo, le tendio de nuevo la mano, regalándole la más amplia de sus sonrisas -Timmy, ven, vamos, ¡hagamos un muñeco!-Le propuso, con esa amabilidad maternal que despierta en toda persona cuando tiene hijos.
El niño extendió su manita, feliz ante la idea,pero, cuando sus dedos ya se estaban rozando con los de su progenitora, un estruendo descomunal retumbó a su alrededor, como si el mismísimo cielo se les fuese a caer encima. El rugido, más potente que el de cualquier trueno, resonó durante varios segundos, haciendo temblar el valle y todo su contenido.
Timmy casi pudo notar cómo su corazón se detuvo por completo cuando se dio la vuelta para ver lo que sucedía y descubrió una enorme masa de nieve y hielo precipitándose montaña abajo, una avalancha. Sus ojos se abrieron más de lo normal, mientras sus pupilas se encogían, marcadas por el miedo y la impresión, y, durante unos instantes, fue incapaz de hacer, decir, o tan siquiera pensar nada, tan solo se quedó allío, observando paralizado cómo esa mole se abalanzaba sobre él. Todo sucedió muy deprisa desde entonces, segundos antes de que el alud lo absorbiese, oyó un agudo grito a lo lejos, y notó como su madre lo cogía en brazos y lo lanzab hacia un montículo próximo y, aunque solo fue una impresión suya, le pareció ver cómo le sonreía, tranquila, serena, con esa felicidad que la caracterizaba, como si nada ocurriese, o peor aún, como si nada futuro fuese a ocurrir para ella... Y, efectivamente, esa fu ela última sonrisa que vio adornando el rostro de su madre.
Cuando quiso levantarse la avalbacha ya lo había arrollado todo, llevándose por delante árboles, rocas, y todo lo que se interponía en su camino, ya no quedaba más que un manto blanco que lo cubría todo.-¡¡MAMÁ!!-gritó el niño desesperado, buscando incesantemente por entre la nieve, con la esperanza de verla en alguna parte, a salvo, pero no fue así, su progenitora no volvió a aparecer. Su joven mente necesitó de varios minutos, escuchando únicamente el bramar del viento y la nieve, para procesar lo que había ocurrido realmente, su madre...¿había muerto? Ante tales pensamientos, notó cómo el alma se le caía a los pies, como si de repente, todo su mundo se desmoronasa, las piernas le fallaron y cayó al suelo, hincado las rodillas en la nieve. El corazón...le dolía el corazón...-M-Mamá...-Susurró con voz quebrada, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas y su labio inferior comenzaba a temblar, y, entonces, con la nieve como única testigo, empezó a llorar. Lloró como nunca lo había hecho, a moco tendido, gimiendo de dolor en medio de la nada, lloró con todas sus fuerzas, lloró como si cada lágrima producida, se pudiese alejar un poco más de la realidad, lloró...porque había perdido a su madre.
¡¡THOMPSON!!.fue el grito que le sacó a Timmy de su ensimismamiento y provocó que alzase la mirada de su pupitre. Al hacerlo, se encontró frente a él con la figura del maestro, con el ceño fruncido y sosteniendo la regla entre sus manos.
-¿¡Es que no me aías!? gritó enfurecido, hasta tal punto que la vena que le cruzaba el cuello se hinchó y su cara enrojeció por la ira. Así era el señor Dickens, un maestro de los de la vieja escuela, rígido, y, como no, iracundo.
-L-Lo siento, señor...Masculló el pequeño, más como una súplica para no recibir un castigo, que como una disculpa. A decir verdad, no había oído el resto de las llamadas, pero tampoco le sorprendía demasiado, pues, desde que entró en el orfanato, eran escasas las veces que lo llamaban por su nombre, allí todos los conocían como "Sabueso" o "Husmeador" por su extraña manía de respirar como si olfatease el aire.
Fuese como fuese, al docente le importaron bastante poco sus excusas, lo cogió del cuello de la camisa, prácticamente elevándolo de su asiente y llevándolo en volandas hasta la tarima de la clase, frente a todos sus compañeros.-Es la quinta vez esta semana que te aviso, ¡ahora verás lo que les pasa a los granujas como tú!- gritó, y lo dejó caer sobre la plataforma.- Pon las manos, ya.-ordenó, tajante.
Al niño no le quedó más remedio que obedwecer, sabía de sobra que si no lo hacía el castigo sería todavía peor. Tembloroso, estiró los brazos, extendiendo las manos frente al hombre y cerró los ojos con fuerza. El primer regletazo no se demoró en llegar, raudo y certero, antes de notarlo directamente, pudo oír cómo la vara de madera silbaba al cortar el aire y seguido,notó cómo golpeaba fuertemente contra sus dedos, causándole un escozoe insoportable. El chico, reprimió un grito de dolor y frunció los labios, esperando un nuevo golpe, pero este nunca llegó.
En lugar del chasquido de la regla, se pudo oír un carraspeo, seguido de una voz femenina-¿Señor Dickens?-preguntaton desde la puerta, Timmy conocía perfectamente a la dueña de la voz, no era otra que la rectora del orfanato.
El profesor se detuvo al instante, con la regla aún en el aire, y se incorporó, algo ruborizado por la escena -lo siento, directora Kyle, pero es que el chico...-
La mencionada no le dio tiempo a terminar de explicarse, movió la cabeza suavemente en señal de negación y se volteó, para dejar ver a la mujer que tenía detrás-Hay alguien que quiere hablar con el pequeño Thompson...-
Timmy, que aún permanecía con los ojos cerrados por miedo a nuevos golpes, los abrió lentamente al oír su nombre, al principio solo vio a la directora, pero, cuando miró a su lado, pudo ver algo que le dejó de piedra. Abrió los ojos como platos, dejó caer sus brazos, sin ser capaz de reaccionar al haber reconocido el rosotro de la mujer y abrió la boca, para formular una palabra que le cambiaría la vida para siempre-M-Mamá...-
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