viernes, 13 de mayo de 2016

CONCURSO LITERARIO. Fotos con Historia. 1er. Premio

En el metro
 SOFÍA ROS GONZÁLEZ
2º ESO-A

ENCERRADOS EN EL METRO

Como cada día, desde hace más de un año Juan sube en la parada Plaza de Castilla, línea 1 del metro madrileño. Siempre de lunes a viernes a las 8:30 de la mañana. Hora punta: se respira un ambiente hostil. Empujones y prisas descontroladas, locura extrema.
Perfectamente camuflado, Juan ha estudiado como pasar desapercibido, con su gorro de montaña y los auriculares conectados a su ipod 3. Escucha una y otra vez su monótona lista de reproducción. El mismo pensamiento recorre su mente una vez más  "parecemos sardinas dentro de una lata". Esta es la peor parte. Pronto, dentro de dos paradas, casi todo el mundo desaparece. Es la parada del Corte Inglés.
Ana lleva un buen rato deseando sentarse. Por fin llega el momento. Saca su iphone 6, última generación y revisa su Instagram. Siempre la misma rutina. ¿Cuál será la música que escucha el chico del gorro todos los días? Tiene pinta de rapero, ¿será famoso?, ¿tendrá una casa en Miami? Todos los días cruzamos una mirada de complicidad-piensa-pero aún no he oído su voz.
Juan espera ansioso este momento cada mañana. Mira tímidamente a la chica morena de la chaqueta Napajiri de color rosa y se pregunta por qué nunca se ha atrevido a hablar con ella. Él siempre ha sido un poco vergonzoso.- Es una chica muy guapa-piensa- debe de se una modelo conocida. Su vida debe de estar llena de grandes emociones, no como la mía.
Ramón los observa mientras relee el tercer libro de su propia trilogía. Al fin y al cabo, solo es un viejo escritor que nadie recuerda. Nadie se fija en él. Ahora trabaja en un bar del centro de Madrid. Desde hace unos meses, sentado siempre en el mismo asiento del metro, lleva observando a estos dos jóvenes día tras día.Los dos suben en la misma parada cada día, y esperan a que se vacíe para acomodarse e intercambiar tímidas miradas. Piensa que harían una buena pareja. Podría ser el inicio de su próxima novela. El destino tiene dos caminos paralelos que no se cruzan.
De repente, algo inesperado. El tren se detiene bruscamente. Se apagan las luces y se enciende las de emergencia. Un murmullo recorre el vagón. Un sentimiento de rabia e indignación se apodera de los viajeros:
-¡Lo que faltaba!-se escucha por ahí.
-¡No hay derecho!- dice una mujer mayor
-Menos mal que me he traído el bocadillo...-dice un niño que no tendrá más de catorce años.
Juan piensa que llegará tarde al trabajo, y mirando a Ana se le escapa den voz alta:
-Si llego tarde me van a quitar la hora del almuerzo-dice sonriendo, y viendo que ella va a llegar tarde al trabajo y puede que la despidan.
-Al menos oigo su agradable voz-piensa un poco decepcionada de que no sea una estrella en el mundo de la música y se atreve a decir en voz alta:
-Ya somos dos-añade sin separar la vista de su preciado teléfono móvil.

Mientras tanto Ramón cree que es su día de suerte y espera que la luz no vuelva en un buen rato. Para él es una buena excusa para faltar al trabajo y reflexiona sobre las cualidades que tiene la vida. Todas las mañanas, desde hace más de un año, a las diez en punto, Ana entra en el bar donde él trabaja y pide en la barra un café y una napolitana de chocolate. Es cajera de Mercadona, su uniforme la delata. Apenas veinte minutos de descanso. Tan solo un instante después, a las diez y media, cuando ella ya no está, Juan aparece cada día, puntual, para tomar su pincho de tortilla con cola-cola, también en la barra con su uniforme de recepcionista del Hotel Plaza. Ramón piensa que el destino ha querido que Juan y Ana se conozcan por fin y aprovecha para tomar unas notas. Quizás le sirvan para su próxima novela. Piensa que en una pequeña casualidad de la vida puede cambiar el destino.
Cada minuto que pasa, la desesperación va en aumento. Todo el mundo está muy nervioso y el griterío es ensordecedor. Empieza a hacer mucho calor y huele a humanidad.
-Mamá ¿cuánto falta?- dice un niño de unos tres años.
-Tranquilo cariño, enseguida nos van a sacar-responde la madre intentando calmar al niño.
-Toda la culpa es de los políticos-comento un anciano al fondo del vagón.
Inesperadamente, vuelve la luz y la gente se pone a aplaudir al mismo tiempo que el metro se pone en marcha. Todos parecen estar alegres y felices y casi sin darse cuenta llegan a la siguiente parada. Las puertas se abren, algunos bajan aliviados y una muchedumbre de gente cansada de esperar en el andén entra a empujones, violentamente. Todo vuelve a ser normal.
Juan pierde de vista a Ana, intenta abrir paso pero no lo consigue, incluso llega a preguntar gritando:
-¿Cómo te llamas? -imposible, no hay respuesta. Ana ha desaparecido entre la multitud y resignado, se vuelve a colocar los auriculares.
Aún le quedan dos paradas para llegar a su destino. Por lo menos tendrá algo que contar a sus amigos.
Desearía que todos los días se fuera la luz-piensa Ana- y se arrepiente de no haber tenido el valor de pedirle su número de teléfono. No todos los días se conoce a un rapero famoso je, je...
Ramón se esconde en un rincón del vagón. La vida sigue. Sabe que hoy volverá a ver a estos dos jóvenes otra vez. Quizás coincidan por fin en la barra del bar, quién sabe.


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